By Franklin José Morales Martínez

Para ella transcurre un martes rutinario que se transforma de formal a divertido. El reloj marca las 21:20 y Ana está feliz en medio del terreno de sofbol; toda la práctica del club Dridma pasa por sus manos. Los focos le apuntan, es protagonista en cada jugada que se ensaya, aparece en cada probable situación de juego que tratan de perfeccionar.
Previamente ha cumplido con sus obligaciones en Neoris, una consultoría americana en la que trabaja. Ana Ripoll Ramzi, una vubillera de 22 años hija de Ignacio y Mona, un madrileño y una cairota (de El Cairo, capital de Egipto), ha entendido que en su vida hay un bálsamo que todo lo alivia: el deporte.
Y fiel a ese sentimiento que germina en sus entrañas, Ana se entrega en el short stop con verdadera pasión. Se desconecta de las tensiones del día a día y su mundo se sintetiza en poco más de 25 metros cuadrados.
El entrenamiento sigue. La bola sale bateada un poco alejada de sus predios y ella, un torbellino cargado de energía, trata de atraparla; tras el esfuerzo y un mal bote, recibe un golpe de los muy frecuentes asociados a su posición. Se levanta sin protestar ni pedir ayuda, se sacude la tierra y pide que continúe la acción, no hay tiempo qué perder.
Desde muy precoz Ana profesa el axioma que decreta que “el tiempo es oro, y perderlo es el mayor de los derroches del ser humano”. Y aunque aún es muy joven, su intensidad ya representa un ejemplo de vida, un modelo a seguir. Aferrada a sus principios y al reglamento que le ha impuesto a su conducta, el deporte para ella es un manantial sagrado que purifica su alma y en estos tiempos en que la tecnología todo lo sustituye y en que cada vez es mayor el número de personas que no juegan nada, sino que -desde la tele o la tribuna- ven a otros jugar, Ana Ripoll asume su rol en el terreno de juego.
No quedan dudas de su empuje y vivacidad. Desde los 4 años de edad, cuando la mayoría de los pequeños todavía corre con dificultad, ella ya desafiaba la aventura y sobre un par de esquís daba rienda suelta a la adrenalina.
Ha pasado por el tenis, donde destacó en el club de su colegio; en el fútbol (que todavía juega a escondidas) formó parte de la escuela municipal del Ayuntamiento de Villalbilla, jugó una buena liga y recuerda que llegaron a ascender de categoría. Ha pasado por el motociclismo, la natación, el pádel (que ahora está de moda)… y tal vez un par de deportes más que no llega a precisar.

Pero hubo una seducción cuando apenas tenía 9 años. Su amigo Pablo Gutiérrez Martín le propuso ir a probar en el béisbol. “Y desde el principio nos enganchamos”, confiesa Ana con un centelleo en la mirada que deja evidencia de aquel flechazo.
La pequeña Ripoll hizo sus pinitos en el outfield del club Rockies, en Villalbilla. “Jugaba en el exterior izquierdo, central o derecho. Donde hubiese oportunidad de saltar al campo”, rememora.

Ana a los 9 años se inició en el béisbol. Aquí –en el centro- junto a Cristina Domínguez Méndez y Pablo Gutiérrez Marín

Pero en esas posiciones gran parte del partido transcurre en reposo, con demasiada pasividad para el gusto de esta dinámica atleta.

“Allá en Villalbilla no conocíamos el sofbol. Por eso vine a Rivas y me uní al club Dridma”, dice. Y en Dridma comenzó a jugar en la segunda base durante una etapa muy breve. Pronto, ante su velocidad, la movieron al short stop, una posición con bastante más ajetreo.
En Dridma ha encontrado su sitio de confort e interviene en la División de Honor, donde espera que su equipo logre escalar posiciones. Sabe que para mejorar hay que sacrificarse, entregar el corazón y aprender de las mejores. Ana no desmaya en su abnegación por el sofbol y al menos tres veces por semana toma su coche y conduce durante 35 minutos para estar puntual ante sus compromisos. “Vengo a todos los entrenamientos, todas las semanas”, apunta Ana, quien hace un sacrificio inclusive económico, porque según su propia confesión: “casi la totalidad de mi sueldo se va en gasolina”.
En paralelo al trabajo, al deporte, al tiempo que dedica a su familia, Ana cumple otra importante meta. Le faltan solo dos asignaturas para culminar Administración y Dirección de Empresas, en el CEU Universidad San Pablo. Esto representa otro esfuerzo importante y podría en un futuro cercano representarle nuevas opciones laborales y un abanico de oportunidades que también ha perseguido y no podrá rechazar.

Se acerca el fin del martes rutinario. El reloj indica las 22:15 y corresponde hacer una breve pausa en el terreno de juego, hasta una nueva oportunidad.
Ana, apenas a los 22 años, descifra correctamente los misterios del alma humana y se maneja muy bien entre sus laberintos. Intuye que tal vez a la vuelta de la esquina podría surgir una pausa más prolongada. Una oferta de trabajo con condiciones favorables cambiará las reglas de juego. “Si eso pasa, de momento habrá que detener el sofbol”, dice con tono de melancolía, aunque en el fondo sabe que encontrará tiempo e inventará la manera de escabullirse de la condena que para ella representa vivir sin su amado deporte.
Como diría el fallecido poeta y cantante argentino Facundo Cabral, “nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante”.

“Lo que más me gusta es batear, también lanzar la pelota luego de capturarla”, confiesa Ana Ripoll.

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